En el silencio inmenso yace mi ser, envuelto en el luto profundo de la pérdida, donde el eco de su ausencia me devora, y mi corazón se hunde en una herida eterna.
El viento susurra su nombre en cada suspiro, mientras mis lágrimas dibujan un cielo sombrío, cada latido es un grito de melancolía, y el alma se desvanece en la fría agonía.
Extraño su risa, su sonrisa cálida y sincera, sus abrazos que eran refugio en la tempestad, ahora solo quedan recuerdos que se esfuman, en un océano de soledad, sin esperanza ni verdad.
La vida continúa, pero en un invierno eterno, donde la luz se eclipsa tras la cortina de dolor, mi mundo en blanco y negro, sin colores, y mi corazón desangrándose en cada amanecer.
En el eco de su voz aún resuena el amor, pero la realidad implacable desgarra mi ilusión, aprendo a sobrevivir en este mar de tristeza, buscando fuerzas para seguir, sin comprensión.
El duelo es un viaje sin mapa ni brújula, una danza de sombras en la noche sin final, pero en cada lágrima derramada, renace la esperanza, de encontrar consuelo en el recuerdo celestial.
Que la memoria sea mi faro en la oscuridad, guiándome hacia la paz en la eternidad, y aunque el alma siga llorando en silencio, en cada latido, honraré su esencia con lealtad.
En el abrazo del tiempo, encontraré consuelo, en el eco de su amor, reconstruiré mi ser, porque aunque se haya ido, vivirá eternamente, en el rincón más profundo de mi ser.
Que este poema triste y melancólico, llegue al corazón de aquel que siente el dolor, y encuentre en él un bálsamo de comprensión, en esta danza de lágrimas y amor.